El interés por la muerte y su significado, por el lugar que ocupan los muertos en la psiquis personal y familiar, por el entierro y por los ritos funerarios, nos diferencia como especie biológica. Una inclinación estrictamente humana, con alcance universal.
Nuestros muertos tienen presencia intrapsíquica personal y genofamiliar. Toda persona que fallece se transforma, en ese acto, en un antepasado para los vivos.
Nuestros fallecidos forman parte de nuestra vida psíquica. Lo queramos o no. Todos lo sabemos. Están presentes, como mínimo, en nuestros sueños. Para nada nos son indiferentes ni lo somos para ellos.
Darles lugar, estar en paz con ellos y que ellos estén en paz son tareas insoslayables para lograr armonía en la vida.

¿Qué son para nosotros y nuestra familia nuestros muertos?

En el mundo psíquico – un mundo de significantes – los muertos y los vivos están unidos.
No solo no estamos escindidos de nuestros fallecidos sino que nuestra identidad, en sus simientes, esta forjada en el yunque de la historia ancestral.
La ontología de los muertos toma la visión que tienen las culturas ancestrales sobre la muerte y los muertos. En este singular espacio, la antropología cultural encontró similitudes en la mayoría de los pueblos y en sus cosmovisiones animistas.